Los largamente esperados y
finalmente anunciados ajustes al gabinete del presidente Enrique Peña Nieto
generan una percepción de superficialidad e insuficiencia frente a un panorama
económico, político y social demasiado complejo tanto en lo doméstico como en
el entorno global.
Hasta antes del anuncio
realizado por el propio Presidente de la República el pasado jueves, las expectativas
giraban alrededor de dos objetivos que se suponía debían estar en la lógica
presidencial al momento de plantear relevos en su equipo de trabajo. Por una
parte, enviar un mensaje de sensibilidad ante la delicada coyuntura nacional e
internacional con cambios en las dependencias primordiales de su gobierno en
las cuales los resultados generados hasta el momento no son precisamente los
más satisfactorios; es decir, las secretarias de Hacienda y Gobernación, cuyos
titulares se mantienen intocados pese a que el primero no ha podido hallar la
fórmula para impulsar la reactivación económica y, por el contrario, se ha
dedicado a buscar en el exterior la justificación para explicar la falta de
dinamismo, amén de que su principal resultado ha sido el incremento en 2 millones
de personas la cifra de la población en condiciones de pobreza; mientras que el
segundo ha fallado en forma exorbitante en el cumplimiento de su
responsabilidad prioritaria vigilar casi personalmente la reclusión del
narcotraficante más rico y peligroso del mundo, el cual se fugó de un penal de
“máxima seguridad” con una maniobra que raya en lo fantástico.
Por otra parte, el segundo
objetivo que se suponía debían cumplir los cambios era aterrizar en el equipo
de trabajo del Primer Mandatario las palabras pronunciadas por él mismo durante su visita a la sede nacional
del PRI hace algunas semanas, en el sentido de reconectar al partido y a su
gobierno con las demandas de los jóvenes, que son el sector mayoritario de la
sociedad. Salvo por los casos de Aurelio Nuño (SEP) y Rafael Pacchiano
(SEMARNAT), el resto de los nuevos secretarios y titulares de dependencias
rebasa los cuarenta años de edad y se antoja difícil que puedan conectar con
los más de veinte millones de jóvenes de entre 15 y 24 años.
De modo, pues, que estamos
ante un escenario de altas expectativas no satisfechas debido a movimientos que
se asemejan más a una rotación de personal que a ajustes estratégicos o
“enroques” en un equipo de gobierno. Lo que es más, parecería que los
movimientos obedecen a un reconocimiento por parte del Presidente a la
meritocracia de personajes de segundo nivel que ahora se integran a su primer
círculo de colaboradores no tanto por su probada capacidad de operación
política, sino meramente burocrática.
Observados desde la
perspectiva de la sucesión presidencial, los ajustes tampoco obedecen al
propósito de ampliar el abanico de aspirantes a la candidatura del PRI; ni
siquiera en el caso de la llegada de José Antonio Meade a la SEDESOL pues pese
a ser un servidor público eficiente que ha logrado mantenerse en la nómina
gubernamental de primer nivel durante dos sexenios consecutivos, carece de
militancia priista, carisma y capacidad para comunicar. Pero, sobre todo,
porque su arribo a esa cartera significa la reincidencia de este gobierno en el
mismo error cometido en el pasado de colocar en esa dependencia a un perfil
técnico sin mayor conocimiento de la problemática real que padecen los sectores
más vulnerables de la sociedad.
Algo similar ocurre con la
llegada de Aurelio Nuño a la SEP, institución --por cierto-- dejada a la mano
de funcionarios multitasking
(“chambistas sería la traducción coloquial) que lo mismo han sido aprendices de
diplomáticos (Javier Treviño) que contralores de PROFECO (Alberto Curi). El
arribo del “joven maravilla” del gobierno federal a la titularidad de esa
dependencia, de cuya temática la revisión de su trayectoria curricular da
cuenta de que sabe muy poco, prácticamente significa un triunfo para la visión
mercantilista de la educación promovida por “Mexicanos Primero”, que tendrá en
el nuevo secretario a un aliado en su objetivo de continuar debilitando a la
figura magisterial así como en el de imponer su perspectiva en el diseño e
implementación de los contenidos y las políticas educativas.
Por otra parte, la
continuidad de Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio debe leerse como un mensaje
al interior del PRI de que la alianza entre las elites partidistas del Estado
de México e Hidalgo se mantiene vigente y no ha sido mermada en su hegemonía,
pese a la salida de Emilio Chuayffet y Jesús Murillo.
Y si de alianzas se trata,
el ascenso de Rafael Pacchiano desde una subsecretaria a la titularidad de
SEMARNAT refrenda la connivencia con el Partido Verde y a través de éste con
las televisoras.
En suma, los ajustes en el
gabinete no fueron pensados e implementados para corregir y transformar sino
para mantener la continuidad.
En uno de los pasajes más
célebres de El gatopardo, Tancredo
Falconeri recomienda a Don Fabrizio Corbera que “algo debe cambiar para que
todo siga igual”. A juzgar por lo evidente, parece que –tristemente-- ésa es la
lógica de los cambios anunciados por el Presidente y el sello particular del
ejercicio de la política en este país.
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