24 jul 2013

Panikkar y la razón de mi no optimismo

Hace ya seis años -justo por estas fechas- oí por primera vez el nombre de Raimon Panikkar Alemany en la cátedra Global Ethics de la Vanderbilt University, en Nashville, Tennessee.

Por aquellos entonces quien esto escribe era un entusiasta, joven, brillante y prominente profesor universitario (sobra decir que también poco humilde y más bien soberbio, ególatra y presuntuoso como el lector podrá notar) interesado en la filosofía política, la teología y la ética. De ahí que haya podido obtener una beca para asistir a dicha cátedra entre cuyos lecturers figuraba precisamente Panikkar, cuya disertación no fue presencial sino virtual mediante videoconferencia.

Ese único “encuentro” fue singular por muchas razones. Una de ellas porque el nivel de comprensión auditiva del inglés por parte del profesor universitario no era precisamente el óptimo, y el inglés con acento catalán y balbuceos con el que pronunciaba su ponencia el senil conferencista Panikkar dificultaba captar la totalidad de sus ideas. Otra razón era el hecho de que tales ideas, pertenecientes al punto de confluencia de la filosofía y la teología, me eran hasta cierto punto ajenas aunque no del todo desconocidas.

Sin embargo, logré captar algunos planteamientos en torno a la ética como disciplina dialogal y compartida en la que la aspiración a la universalidad de sus normas y cosmovisión debía surgir del encuentro cultural de la otredad consigo misma, es decir, de las diferentes culturas entre sí, pues “lo otro” es siempre lo ajeno y lo ajeno es una constante dado que no hay una única cultura, sino diversas.

Esta remembranza viene a colación porque la reciente visita de Jorge Mario Bergoglio Sivori, (el Papa Francisco) a Brasil ha desatado el entusiasmo de muchos columnistas que ven en dicho acontecimiento una oportunidad de renovación de la Iglesia por lo que el acto en si mismo significa; es decir, la asistencia de un Pontífice presuntamente reformista al Encuentro Mundial de Jóvenes (que por tal condición son supuestamente dinámicos y siempre dispuestos a cuestionar el orden establecido y empujar cambios trascendentales) organizado en un país sudamericano en cuyo seno religioso surgió una teología disidente a la dogmática imperante: la teología de la liberación.

No comparto tal entusiasmo y más bien disiento de quienes aun ven en el Papado un liderazgo carismático, influente y transformador. Ciertamente es una institución que aun posee algunas de esas cualidades, pero pienso que no son las necesarias ni tienen el empuje para lograr transformaciones que vayan más allá de la propia Iglesia Católica como comunidad de fe.

Aunque si tal viso de esperanza o posibilidad reformadora existiese en la figura de Bergoglio, quizá debiera de expresarse en un planteamiento discursivo más ecuménico, que no por ser tal está exento de valores, sino que por esa condición puede llegar a un auditorio más amplio que el de la comunidad católica. Pero ello depende del contenido y éste debiera rescatar el planteamiento en torno a la ética desarrollado por Panikkar, que curiosamente también fue sacerdote católico; de lo contrario, aunque sea un hombre “venido del fin del mundo” –como el mismo se definió al asumir el Pontificado- el entusiasmo renovador y la intención de desempeñar un papel activo en la esfera global mostrado por Francisco, se irán diluyendo en el océano de las expectativas incumplidas por líderes y movimientos de diversa índole y escala.

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