25 abr 2007

Eufemismo y teoría social II

Aun cuando pareciera que se trata de hábitos realizados con absoluta libertad, en el fondo, el hecho de circunscribir a la intimidad y privacidad de la casa la posibilidad de proferir un sonoro y oloroso eructo, es un claro indicio de la existencia de una constricción social, detrás de la cual subyacen una serie de regulaciones morales que tienen por finalidad “normalizar” nuestros comportamientos y contener nuestros impulsos, instintos y apetitos.

Al respecto Foucault dedicó gran parte de su esfuerzo teórico a descubrir los mecanismos e instituciones normalizadoras de la conducta de los individuos; pero antes le había precedido en esa tarea Emile Drukheim, proponiendo la categoría analítica del “hecho social”, que en si misma denota la existencia un eufemismo para calificar y atenuar una situación no aceptada de forma explícita por el conjunto de la sociedad, como por ejemplo, el hecho de soltar una olorosa y sonora flatulencia en un salón de clases, mientras los alumnos guardan silencio ante la explicación del profesor.

De hecho la propia palabra “flatulencia” es un eufemismo utilizado para atenuar el -así considerado- bochornoso acto de tirarse un pedo.

Incluso hay otros actos todavía más nimios que no pueden ser realizados con total desinhibición por parte de los individuos, por razón de la existencia de una constricción social al respecto. Piénsese, por ejemplo, en el acto de desatorarse el elástico del calzón de entre las nalgas porque resulta molesto. Se trata de un acto que las más de las veces debe realizarse con sigilo y mucho disimulo, como si el realizarlo de forma abierta constituyese una falta al pudor, debido a que al reacomodarse el calzón es inevitable experimentar una momentánea sensación placentera. En este sentido, lo que se prohíbe es precisamente la satisfacción de una necesidad que produciría placer.

Los eufemismos sirven, por tanto, como mecanismos verbales de dominación simbólica por medio de la constricción coactiva, introyectada en los individuos por la acción socializadora de instituciones normalizadoras, como las iglesias, las escuelas y los gobiernos.

Desde la perspectiva marxista, los eufemismos serían parte de los aparatos ideológicos de dominación de la clase propietaria de los medios de producción, construidos y divulgados desde la superestructura política que dirige a la formación social, a fin de mantener el statu quo y contener la sensación de placer y liberación que produciría la enunciación y realización de un acto determinado.

Al respecto, Gabriel Matzneff lleva esta consideración hacia un terreno más arriesgado, que es el de la prohibición de la felicidad y argumenta que: “la felicidad, esa flor exquisita y rara, es un estado sospechoso a los ojos de la sociedad burguesa, que husmea en ella un germen de trastorno y las primicias de las revoluciones”.

Dado que detrás del eufemismo, disfrazado como un signo de corrección verbal, subyace la constricción y la dominación simbólica, entonces la función última del eufemismo es la suspicacia en torno a la felicidad como principio emancipador.

Incluso desde una perspectiva epistemológica, tanto más próxima a la filosofía que a la sociología, se podría afirmar que los eufemismos son espejismos de pseudoconcreción que disfrazan o atenúan la verdadera esencia de un objeto, es decir, que obstaculizan el proceso de construcción de la verdad.

Así por ejemplo, el eufemismo “metrosexual” pretende atenuar la verdad de la jotería; el de “adulto mayor” la decrepitud; el de “capacidades diferentes” la discapacidad y el de “obeso” la gordura.

En este sentido la apoteosis del eufemismo en la hora actual se debe en gran medida a la presencia del discurso de la diferencia en el ámbito político y académico, que reivindica a las minorías a partir de la exigencia de reconocimiento a determinados derechos por parte del Estado.

Sin embargo esta exigencia plantea una serie de problemas relacionados con el carácter constitucional de la organización política estatal y de su viabilidad como factor de cohesión social. Pero de eso hablaré en otra ocasión porque con esta fumada es suficiente.

P.S Confirmado. Perdí mi edición de Two Treatises on Civil Government. Sin embargo no todo fue malo, pues a raíz de esta pérdida tuve que ir a la librería a comprar la edición en español (por cierto de una editorial argentina muy barata y muy buena). Y lo confieso, así como existen las señoras shoppaholicas, así también existen los bookaholicos y yo soy uno de ellos. En esta ocasión compré Deseo de Elfriede Jelinek, la "pornografa austríaca" que en 2004 ganó el nobel de literatura por méritos estrictamente literarios y no por consideraciones políticas, como fue el caso del ahora multileído Pamuk.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Doctor, cuentan las malas lenguas que lo vieron el sábado por la tarde en animada conversación con Tania Walls, del posgrado, nada más y nada menos que en el ¡Starbucks de Miguel Ángel de Quevedo!

Eso lo hubiera creído de Jesús Santiago, pero ¿de usted? siempre tan crítico de ese tipo de lugares.

En fin, sólo espero que haya sido por una buena causa académica, porque supongo esa fue la causa. De otra manera no me explico que usted ande hablando con una periodista.

Y respecto a lo que aquí escribe, pues qué le puedo decir. Tiene usted toda la razón, los eufemismos son una forma de constricción simbólica, aunque yo lo hubiera analizado desde la perspectiva wittgensteiniana, o partir de la idea la violencia simbólica propuesta por Bordeau.

Pórtese bien doctor!

Mauro

Srta. Maquiavélica dijo...

q se me hace q tu eres metrosexual¡¡¡ya q en esa foto te ves mmmm muy bien¡¡¡¡¡¡nunca te dije q fueras joto¡¡¡aclaro ehhhhhh¡¡¡¡¡¡me gusto tu post¡¡ pero desgraciadamente hay gente q enpleno siglo 21 se rie de estupideces comot u dices una fluctulencia es algo tan natural de cualquier humano¡¡¡solo q hay maneras de hacerlo¡¡¡
besitos maquiavelicos

Anónimo dijo...

pues ya viste que si te pregunte

gracias por ser tan lindo conmigo espero que ya no creas que soy una loca

aunque si me pareciste guapo

besitos ;)